Romance del Tuta – II

                II

Merodeaba un mes de estío
al filo de tarde media
hora en que los segadores
se levantan de sus siestas.
Hoces y rastros en mano
en pos del campo, a la siega.
Mares de verdes praderas
prensas y dalles esperan.

Merodeaba un mes de estío
al filo de tarde media
hora en que los leñadores
en las cumbres de la sierra,
uncen a los animales
al yugo de la carreta.
Hay que desandar camino
al paso de yunta lenta
por laberintos de pinos,
a llegar a Covaleda.

Media tarde de un estío,
trabajan en la madera
en las fábricas, chirriantes
los motores de las sierras
que pelan el pino añoso
y lo cortan en «tableta»
Los serradores esperan
los toques de las sirenas.

Rapaces en vacaciones,
al filo de tarde media
desafiando al estío
por los arrabales juegan.
La pelota danzarina
al campo repiquetea
lamiendo la hierba sesga
de la florida pradera.
El pueblo ya ha despertado.
Las seis de la tarde eran.

Rompió el silencio un disparo
estando la caza en veda.
“El temerario furtivo
habrá alcanzado su presa”,
-se preguntan extrañados
las gentes de Covaleda-.
Siguen presto a sus quehaceres,
ajenos a la tragedia.

Por “Chabarril”, segadores
que andan haciendo faena,
dejan dalles y guadañas
a la voz de la escopeta.
Se miran unos a otros,
-el tiro ha sonado cerca-.
Un quejido lastimero
rompe del aire, saeta.
Un cuerpo cae malherido
a la orilla de una cerca.

               III

Ha unos días que en un raso
de hierbas ya para siega,
en la pared que hace linde
con una estrecha calleja
varias piedras han caído
dejando en ella, portera.
Habrán de pasar sus amos
a reconstruir la hacienda.

Más de un bracero hay en casa
que pueda poner las piedras,
y toca el turno a uno de ellos
quien va presto a la faena
y piedra a piedra compone
la pared que al prado cerca.
Queda expedita, la senda
de vacunos y de ovejas.
Ya no entrarán en el prado
a rumiar la fresca hierba.

Con la luz del nuevo día,
un vecino pone alerta:
en el prao de “Chabarril”
tenéis abierta portera.
Sale al paso la zagala
que ayer colocó las piedras,
mas el campesino insiste
que la pared está abierta.

El destino, caprichoso,
mandó a otro hermano a la hacienda
a reconstruir de nuevo
la tapia hostil y veleta.
Saludó a los segadores
vecinos de su parcela
y volvió presto a su casa
al filo de tarde media.
Al mediodía siguiente
la pared seguía abierta.

Como Penélope hilaba
y deshilaba la tela,
despedregaba en la noche
el asesino; a la espera.
La víctima tomó turno
de ir a reparar la cerca
ignorando que de sangre
era el camino de vuelta.

Esperaba el homicida
postrado tras la calleja
que separa las dos fincas.
Cargada va su escopeta.
Como un cobarde se esconde
al pairo de la arboleda.
Varios días ha esperado.
Por fin, termina la espera.
Acudió quien va buscando
y.. disparó al ver su presa.

La víctima cayó en sangre
con un tiro en la pechera.
“¡No corras, que sé quién eres!”
dijo al caer, -según cuentan-,
y entre gritos lastimeros
que marcaban la tragedia
quedó tendido en el suelo
respirando a duras penas.

Corrió presto el asesino
a esconderse en la floresta.
Hay algunos segadores
que están faenando hierba
y ven, de un hombre corriendo
no más que mera silueta,
y en medio del desconcierto
que dio el disparo y las quejas
no van tras el asesino
pese a que la huella es fresca.

Van a atender al herido
mientras el rufián se aleja.
Miedo llevan segadores
para seguir tras sus huellas,
que quien mató a sangre fría,
si perseguido se viera,
no más que cargar de nuevo
y disparar, bien pudiera.

Hombres y mujeres corren;
al pie del herido llegan.
Taponando está la herida
con fuerza, su mano diestra.
El sudor mana en su rostro.
La sangre borbollonea.
De su garganta, gemidos.
De su alma dolor y pena.
A pesar de malherido
levanta y andar intenta.

Lo cogen los segadores
y, a modo de parihuelas,
van caminando despacio
al pueblo de Covaleda.
Tras sí, un reguero de sangre
deja por la carretera
que el duro fuego de estío
al lamerla, deja seca.

Corren voces por el pueblo
anunciando la tragedia.
Los ecos de la noticia
a oídos de todos, llegan.
Mientras, repite el herido
con voz que apenas resuena:
“¡Sé quién eres, que te he visto,
da igual que escapar pretendas.¡”
¿Quien disparó? -preguntaban-.
El silencio era respuesta.-

Da el médico en su consulta
las atenciones primeras.
Tras una cura de urgencia
al hospital se lo llevan.
Certifica Don Ramiro
parte de sus asistencias
a la justicia, que presta
la investigación empieza.

En la plaza forman corros
de gentes que cuchichean
de boca en boca, noticia,
tomando aires de epopeya.
Cada cual es detective
que da del caso sentencia
y en medio de mentideros
cosas y cosas comentan,
mientras la tarde se muere
como una tarde cualquiera.

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2 respuestas a Romance del Tuta – II

  1. marmortheone dijo:

    Al romance del Tuta, del Goyo, mi amigo.

    Y así queda grabada la historia en la memoria de las gentes, con parecida fuerza a la impronta del cincel en la roca, mucho más allá de la noticia impresa en la hoja del periódico o lo efímero de la noticia digital …

    No hay que olvidar que, desde el principio de los tiempos, fueron historias como estas, aunque más toscamente rimadas, pero siempre agradables al oído y propicias a la memoria para ser recordardas, las que contadas de viva voz de viejos a jóvenes, hicieron soportable el tedio y la oscuridad de las inacabables invernadas. Así, así pudiera observarse en la invernada, hasta no hace mucho, un manto nevado salpicado de diseminadas aldeas y enclaves. Y en cada núcleo -sentado en cuclillas alrededor del fuego central de la casa en extraña inactividad- el grupo familiar (incluyendo en este bueyes, cerdos y gallináceos), uniendo al calor de la lumbre donde cocía la marmita, el de los cuerpos y las continuas libaciones de vino grueso y agrio en ronda circular. También se sabe del “risus paschalis”. Y es que las iglesias no eran utilizadas únicamente para el culto divino, sino que el ámbito protector del templo era utilizado frecuentemente como lugar de reuniones festivas y profanas de la comunidad a las que no era ajeno el párroco, según testimonian los libros de visitas pastorales y los sínodos que se hartan de prohibir cansinamente su celebración, luego se repetían con pocas consecuencias, al parecer. Entre otras costumbres, y no las más graves para la jerarquía eclesiástica , se habla de recitación de romanzas por parte de los feligreses, juglares de paso y el propio cura.

    De una forma u otra, aunque más bien con referencia a las reuniones familiares y vecinales a la luz del fuego en los hogares, la noche y su misterio sin duda añadirían su dosis de sobrecogimiento a aquellas historias trágicas, toscamente romanzadas por ignotos poetas. Esos relatos, recitados en un ambiente de recogimiento, mágico y silente, supondrían un paréntesis en el devenir diario de esos espíritus de existencia desvalida, estremeciendo su imaginación como un bálsamo.
    Y surgió la necesidad de repetir lo oído y el milagro de la rima obró el efecto de que la historia alcanzara la necesaria cohesión en el tiempo, y así perdurara el estremecimiento original.

    Fruto de lo anterior fue la consecuencia trascendente de propagarse entre generaciones la memoria de hechos que, en un ignoto pasado, sobrecogieron forma trágica el diario devenir de apartadas comunidades que les afectaron de forma directa. Se dice que la impermanencia rige las cosas y es verdad, todo acaba algún día. La mayor parte, no sólo de las historias, sino de los núcleos que un día fueran mundos, se han desvanecido. Pero algunas historias aguantaron el tirón del tiempo e incluso sobrevivieron al derrumbe de la comunidad que les dio vida, a través de cantares de gesta.

    Aquí, en el romance del Tuta, se habla de un hecho humilde, local y trágico, que impresionó el alma de un niño por las circunstancias de misterio que concurrieron, y que detuvieron el pulso de nuestra querida comunidad pinariega. Del romance se deduce que la Justicia no hizo su función, pues no se halló culpable; también que, sobre la verdad conocida acerca de la identidad del asesino, sabida por la víctima como manifestó en reiteradas ocasiones antes de fallecer o por aquellos parientes o cercanos con quien pudiera comunicar, aparte de existir varios testigos de la huida, prevaleció un muro de silencio que dura hasta hoy. Silencio que, por fuerza, ha de transformarse en consustancial especulación. Todo ello determinó que aquel niño que echaba un partido de fútbol cuando el mundo se paró al oír un tiro de escopeta en el humilde entorno en que crecía, con el tiempo escribiera, al modo antiguo, el romance del Tuta. A veces hemos hablado, en relación a otros hechos luctuosos de mi querida Covaleda, tragedias que no es necesario especificar … yo muy pequeño, él más mayor, vivíamos cerca, ese “pararse el mundo”cuando saltaba una noticia trágica, la existencia abruptamente fuera de su cauce, el estado de conmoción en las personas, todos fuera de casa, sin rumbo, la calle invadida por un vecindario fuera de si, gritos desgarrados de mujeres, hombres dando voces con gesto descompuesto … imágenes que quedan grabadas en la imaginación de un niño, para siempre…

    Hechos, vistos en perspectiva, menores, pero de trascendencia en el acontecer de una localidad; tal como los que sirvieron de base a la mayor parte de los romances, tan perdidos como los huesos de sus compositores, ignotos y desperdigados por las implacables retroexcavadoras que arrasaron sus lares y necrópolis. O descansando, afortunados, en perdidos despoblados.

    Sabemos de algunos, según fuera lo truculento del tema, que pervivieron a través de pliegos de cordel, profusamente cantados de pueblo en pueblo por ciegos en el siglo XIX.

    El del Tuta es el más moderno en cuanto los hechos que conozco, pero concita todos los ingredientes de cualquiera del pasado. Aunque estoy seguro que haya muchos más, enterrados en las almas campesinas de finales de los 70/80 que expandieron su sensibilidad por los campos como sus mayores, de quienes aprendieron. Aunque su fin fuera en los arrabales de extrarradio, allá donde se vació el mundo del interior, anonimizados en Residencias donde quizá se tiraron sus parcos papeles de recuerdos, generaciones cuyos supervivientes remató la primera oleada del COVID en condiciones que parece que la sociedad aún no se atreve a asumir.

    Por eso yo quiero homenajear al poeta y, con él, a esa inmemorial, ignorada masa de bardos cantores de la tierra y sus sucesos que, al levantar la vista de la labranza o de las agotadoras faenas del hogar, percibieron halos de realidades que parecían no ser de este mundo. Gentes de trascendente sentimiento, a buen seguro no siempre bien entendido, llamados extravagantes que -a la vez que trabajaban- rimaban toscamente los hechos que luego relataban al fuego del hogar. A su memoria, desdibujada por la inclemencia del tiempo o la incuria de los hombres, van estas líneas dedicadas a través del romance del Tuta.
    Salud Goyito, como siempre, del Edu; aún en estos tiempos de ordalía cobarde, saco tiempo para regalarte estas líneas.

    • gpyp dijo:

      Gracias amigo. Los hechos también se esculpen en las vetustas cortezas que visten los centinelas que nos circundan. Solo hay que saber mirar.

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