La Voz (Madrid). 5/8/1924, página 3.
POR TIERRAS DE SORIA
COVALEDA LA DOLOROSA
Sobre este pueblo cayó una maldición. Falta en él la alegría de otros pueblos. En Covaleda la sonrisa de la Naturaleza no rima con la de los hombres: a un sol espléndido que repuja las bellezas de los magníficos paisajes corresponde el alma sombría de los habitantes. No hay alegría en los corazones; al contrario, rebosan temor, viven para el odio o amedrentados.
Los hombres se cruzan por las calles, en los prados, en el pinar. Se miran de soslayo, pasan, vuelven la cabeza para alargar, de través, la mirada recelosa o torva con que quisieran aniquilarse y se alejan mascullando palabras de venganza que, de ser de acero, no errarían el blanco ni rebotarían: partirían en dos el corazón del adversario.
¿Qué ha pasado en Covaleda? Estos que encuadran el pueblo de Covaleda eran y son paisajes evocadores de idilios. La suprema belleza sólo ha sido gustada por quienes recorrieron estos rincones de los pinares sorianos. El Paraíso terrenal debió de estar emplazado en las siempre verdes cercanías del Urbión, a las que pone una nota pintoresca, vertebrándolas, el Duero apenas nacido. Este Duero niño, que ya es correa sin fin motora de las sierras que alimentan a los hombres de pinares. Y Junto al Duero, gozando del fruto del primer esfuerzo del luego caudaloso río, vivían unos hombres sencillos, rústicos en cuanto la rusticidad quiere decir alma ingenua, ni envidiados ni envidiosos. Vivían una vida simplicísima, como corresponde a estas tierras, porque Belén pudieron serlo Covaleda, Duruelo o cualquier otro pueblo de pinares.
Ingenuos y buenos son, sin embargo, los hombres que me reciben en mi excursión veraniega. En vano las tormentas humanas y las injusticias del Poder público, engendradas en un régimen político que cayó deshonrado, quisieron malear su corazón, haciéndole vengativo y violento. En vano la proyección todavía durable del foco de bárbara inequidad sigue flagelándoles. Estos buenos amigos tienen el alma templada contra la adversidad y hasta contra el infortunio.
A lo sumo, al cruzarse con el convecino hostil, sienten encogido el espíritu, temerosos de nuevas agresiones…, que no podrán repeler. De igual modo miraron al cielo implacable un día infausto en que el fuego se apoderó de Covaleda, como ocurriera en las ciudades bíblicas. Porque pareció que los rencores que vinieron á turbar la paz edénica de este pueblo le atrajeron alguna maldición, que se resolvió en turbonada de fuego. Y hoy las casas arrasadas, son marco doloroso de un vecindario dividido por los odios y temores.
Un día, pronto hará el año, ardió Covaleda. Parece que obró de instrumento de la Fatalidad una vieja alcohólica. En la casa de ella se inició el fuego. La chispa fue pronto brasero y en seguida hoguera que, ayudada por el viento huracanado, envolvió a la población. No dejó de tener caprichos siniestros él destructor elemento. Partiendo de un extremo del pueblo, saltó al otro salvando más de cien metros, entre ellos una carretera. Dijérase que el incendio elegía consciente su pasto; pero más bien, dentro de lo fulminante de su acción, se recreaba jugando con los anhelos de las víctimas. Al primer salto sucedió otro atávico hacia el punto de origen, y en este acelerado e infernal ir y venir de las llamas voraces, que acompasaban su estridor con el del viento, noventa y tres casas quedaron destruidas en menos de dos horas. Otras tantas familias viéronse sin hogar súbitamente.
Nadie pensó entonces si una minoría insolente, estimulada por lo más despreciable de la vieja política albergada en Soria, había atraído la incruenta calamidad a Covaleda. El incendio midió a todos por igual rasero, y era urgente
acudir en auxilio de los damnificados. Intervinieron las autoridades, y no faltó la Junta gestora de auxilios del Estado y recaudadora de donativos piadosos. Además, hubo iniciativas particulares y espontáneas, encaminadas a llevar un socorro eficiente a las víctimas. Pero todo ello, a punto de cumplirse di primer aniversario, ha quedado reducido a 50.000 ó 60.000 pesetas, recaudadas en subscripción popular, y no repartidas todavía, porque no aportará su reparto ningún alivio. Dos o tres vecinos a quienes no pudo arruinar totalmente el incendio, han reedificado ya sus casas; otros tantos están cimentando las suyas; los restantes viven recogidos en los hogares de los vecinos que salieron indemnes. Y el Estado no se ha creído obligado en favor de Covaleda, que vio reducida a la mitad sus viviendas en dos horas de implacable y siniestra aurora roja. Es decir: ha reconstruido el cuartel de la Guardia Civil.
Al viejo régimen le correspondió asistir a la catástrofe de este pueblo. Gobernaba la concentración liberal, presidida por el marqués da Alhucemas, y éste tuvo noticia del siniestro apenas producido. Fue el que esto escribe, y representando a LA VOZ, quien, apoyado en el despacho del presidente, y luego en los respectivos periódicos por los demás reporteros políticos, abogó por Covaleda la dolorosa cerca del jefe del Gobierno. El marqués de Alhucemas se conmovió por la catástrofe, supo compartir un momento la tribulación del pueblo arrasado y me pidió una fórmula, que, contando con la exigüidad de los fondos destinados a calamidades públicas, tuviese la eficacia suficiente para reparar en lo posible los daños.
La fórmula le fue dada. Covaleda posee un espléndido pinar bajo la tutela del Estado, y se la podía socorrer autorizándola a usar de sus propios recursos, sin gravar ningún presupuesto. Bastaba, al efecto, concederle una corta extraordinaria de pinos del bosque de su propiedad. El Sr. García Prieto prometió hacer suya esta solución. Un gobernador, que —cosa muy natural—-desconocía los intenses de su provincia, la dilató, y sobrevino el golpe de Estado, que, a pesar de su programa renovador, en relación con Covaleda, sólo ha servido para que se releguen al olvido las cuitas de este pueblo.
¿No puede fijar un momento su vista el Directorio en Covaleda la dolorosa, de Soria?
Existen en el reino animal individuos que, aun seccionados, siguen viviendo, y lo mismo ocurra en el mundo político. Covaleda es una prueba de ello. El directorio que tantas cosas cortó de un tajo en forma de decreto, no ahondó lo suficiente; si ahondó, acontece que el caciquismo escindido sigue viviendo como las especies del reino animal a que me he referido. Nada ha cambiado en Covaleda. Incluso en las derivaciones del desastre se demuestra a diario que el beneficio de las leyes no es repartido equitativamente. De la inexistencia para Covaleda de la de Expropiación forzosa y su substitución por el capricho de un monterilla mal aconsejado, soy testigo casualmente.
Veníamos de contemplar el espectáculo desolador que ofrece medio pueblo convertido en ruinas. Piedras sillares, mampostería amontonadas, siguen dando la sensación viva del brutal cataclismo. Por entro las piedras aun asoman barrotes retorcidos de camas destruidas por el fuego. Algunos jalones lavados para marcar el trazado del nuevo pueblo…, si llega a ser reconstruido, no podían borrar de nuestro espíritu la visión desoladora, y abrumados por ella retomamos al Circulo de la Unión Pinariega. Apenas habíamos tomado asiento cuando vimos que penetraba el alguacil y entregaba un oficio a una de las personas de nuestro acompañamiento.
Leyó el interesado la comunicación del alcalde, y le vimos indignarse según avanzaba la lectura y crisparse sus puños.
El oficio, dirigido a D. Julián Rubio, decía así, transcrito literalmente:
«La Comisión municipal permanente de mi presidencia, en sesión ordinaria del día 19 del actual, y en vista de la instancia presentada por usted, acordó por unanimidad:
1.° Que en manera alguna debe desestimarse la comunicación remitida al Sr. Julián, Imponiéndole la multa de diez pesetas si en término de ocho días no derribara los muros de su solar y retiraba sus escombros, puesto que se han publicado varios bandos a tal fin, sin que lo haya verificado el referido Sr. Julián, considerando que es una infracción a los bandos publicados y a las órdenes del Gobierno Civil, por tenerlo así ordenado a esta Alcaldía.
2.° Que para respetar el solar del recurrente, y según el plano de urbanización aprobado por la autoridad superior, tiene que perder cierta parte de terreno, pues, en caso contrario se alteraría en un todo el proyecto de urbanización, cosa que no es lógico, toda vez que desmerecería el «hornato» de la población, cosa que las leyes prohíben.
3.º Que la Comisión municipal permanente no encuentra otro medio más adecuado que la permuta del solar que se le tiene señalado, por tener la misma extensión que el de su propiedad.
Lo que traslado a usted en ejecución de lo acordado.
Dios guarde a usted muchos años.—Covaleda, a 24 de julio 1924.—El alcalde, Vicente Cámara.»
…—…—…
Edificante resumen: Al conminado se le multa porque no derriba los muros que quedaron de su casa ni descombra su solar. Pero su solar, que se le obliga a descombrar, no es después su solar. ¿Porque se le expropia y se le paga? No. Porque, a juicio del alcalde y de la Comisión municipal permanente que él preside, lo mejor que puedo hacerse y ellos resuelven por sí que se haga es dar al conminado otro solar en parte distinta del pueblo. ¿Para qué comentar?
Esto era el viejo régimen en Covaleda, y, a pesar del programa renovador del Directorio, sigue siéndolo. Esto es; a Covaleda no llegó la caridad ni la asistencia del Estado —que tutela sus montes— después del desastre, y las familias viven hacinadas; pero tampoco ha llegado la justicia.
No existe para Covaleda el 13 de septiembre, y, sin embargo, es de los pueblos que más han querido que existiera. ¿Seguirá no existiendo? No lo creo.
ARTIGAS LÓPEZ
Covaleda, julio 1924.