RECUERDO DE SORIA 1900
EN LOS PINARES
Cuando, lejos del bullicio de los hombres, oigo a solas el rumor acompasado que alza el viento en el pinar, semejante al himno eterno que, entonado por las olas, en el férvido Oceano se levanta sin cesar.
Cuando aspiro codicioso los efluvios que en el monte
al cansado pecho brindan el vigor y la salud;
cuando tiendo la mirada, recorriendo el horizonte,
y contemplo por doquiera la compacta multitud
De los pinos, siempre verdes, que extendidos por las faltas
de los montes y cubriendo de los llanos la extensión,
son cual manto rozagante recamado de esmeraldas,
en el cual se envuelve altiva y orgullosa esta región;
Me parece que la sangre que circula por mis venas
va la fuerza y la alegría difundiendo por mi ser,
y que el alma, quebrantando sus durísimas cadenas,
puede el libre y raudo vuelo por la atmósfera tender.
Y sintiéndose arrastrado, como junco desprendido,
que arrebata entre sus ondas rapidísimo raudal,
en su indómita corriente me arrebata confundido
el torrente desbordado de la vida universal,
Como río caudaloso que fecunda la pradera
y las márgenes reviste de hermosura y de verdor,
la corriente de la vida, que circula por doquiera,
engalana el universo con la dicha y el amor;
Y doquier al difundirse, rumorosa y palpitante,
hace el ave el blando nido de los árboles colgar,
a la savia henchir las ramas y latir el pecho amante,
entreabrirse a los capullos y a los gérmenes brotar.
No es fiebre que, ardorosa, desordena y precipita
de la sangre que se inflama la normal circulación,
ni el latido descompuesto con que, a intervalos, se agita
nuestro pecho estremecido por indómita pasión.
Es un ritmo sosegado, cadencioso y uniforme,
que a compás hace moverse desde el átomo hasta el ser,
una fuerza que, enlazando lo pequeño con lo enorme,
dominando a cuanto existe, lo consigue someter
A una ley inexorable, que gobierna a un tiempo mismo
a los mundos que recorren el espacio sideral,
y al polípero incansable, que en el fondo del abismo,
invisible y persistente, labra escollos de coral.
Es un fuego tibio y suave que calienta y que ilumina,
sin quemar con sus ardores, ni cegar con su fulgor,
cuya lumbre inextinguible, que ni crece ni declina,
se refleja y reproduce, con distinto resplandor,
En el débil centelleo con que irradia y fosforece
la luciérnaga que bulle bajo el césped del jardín,
y en el brillo de la estrella que inmutable resplandece
en el ancho firmamento sin barreras ni confín.
¡Oh inmortal Naturaleza!¡Quién pudiera en fuerte abrazo
a ti unirse y, olvidando la mundana agitación,
descansar sobre tu seno, como el niño en el regazo
de la madre que le arrulla con monótona canción.
Cuando absorto en tu hermosura, si del mundo en que peleo
dejo luchas y ficciones, y a ti acudo a recobrar
con tu mágico contacto fuerza y vida, como Anteo,
la terrestre superficie con sus miembros al tocar,
contemplando el movimiento de las mieses o de las olas,
que impulsadas de la brisa por el soplo alagador,
esmaltadas o ceñidas por espumas o amapolas,
se columpian dulcemente con suavísimo rumor;
escuchando la armonía que producen los pinares
cuando fiero los sacude con su soplo el huracán,
o admirando sobre el ara de tus rústicos altares
la fulgente y destructora llamarada del volcán;
Cuando gozo tu belleza con el alma y con los ojos,
exaltado y conmovido por febril admiración,
que me rinde y me anonada, prosternándome de hinojos,
adorando tu grandeza, te bendigo con pasión.
Mas mi espíritu, agitado por el dulce y vago anhelo
que despierta tu hermosura, se comienza a estremecer,
y, queriendo de sus alas ensayar el libre vuelo,
se revuelve y forcejea, sus prisiones por romper.
Y levanto, mientras vibra como lira que resuena,
inflamado el pecho mío por ardiente y nuevo amor,
el espíritu y los ojos a la bóveda serena,
que ilumina de los astros el fulgente resplandor.
Así, en medio de la selva cuyo indómito ramaje,
que se enlaza y se entrecruza, forma espléndido dosel,
el espejo de sus aguas tiene el lago, y el follaje
espesísimo y sombrío se refleja solo en él.
Mas si acaso, desgreñando la espesura, el bosque agita
con su racha silbadora repentino vendaval,
al través de la enramada que, entreabriéndose, palpita,
el azul resplandeciente de la bóveda infinita,
del sereno y limpio lago se refleja en el cristal.
MANUEL DE SANDOVAL