OTROS POEMAS

El chalet, 1913, año de su construcción.
TREGUA
(Premio Nacional de Literatura “Garcilaso”, 1951)
“- Dime cómo era Soria, amigo mío.”
Juan Alcaide Sánchez
Me preguntas: “Y Soria ¿cómo era?”
¿Cómo era…? ¿Y yo, cómo era, amigo mío?
¿Cómo aquel día de celeste frío
que en el alma dejó su hora primera?
No bastará ninguna primavera,
ninguna rosa roja del estío
para olvidar aquel helado río,
aquel nidal del pino en la ribera.
Pero cuando por Soria me preguntas
¿qué contestar, si nuestras voces, juntas,
están allí donde el Urbión crecía
con nieve, el pinar y el nido eterno
del corazón que, en medio del invierno,
oye decir y canta todavía?
Canción para Antonio Machado
Ibas “soñando caminos
de la tarde”. El sueño era
lejano panal. La cera,
tu verso. En los altos pinos
la resina era la miel.
“Se canta lo que se pierde…”
¡Cuánta tristeza en el verde
y oro del pinar aquél!
La tierra llevaba un hombre,
y tu corazón, el nombre
de ella. Nadie sabía
que Soria era una colmena,
y tú, el dulzor… Y la pena
todavía.

Año 1941
GEOGRAFÍA ES AMOR
(Premio Nacional de Literatura, 1961)
ARCO DE MEDINACELI
Donde el Jalón estrecha sus gargantas,
he mirado y te he visto, hermoso puente
para que pase el aire transparente
con todas las estrellas que levantas.
Puerta de la ciudad del cielo ¿cuántas
veces el Cid bajó su altiva frente
por ti amparada? ¡Oh, Roma de repente
que sobre mi Castilla te agigantas!
Soria ya empieza en ti. Voy hacia el Duero.
Puente mis ojos como tú los quiero
para encontrarme en la niñez del río.
Dame el ejemplo tú de tus sillares,
y que al verme de nuevo en los pinares
no se rompa de amor el pecho mío.
ASCENSIÓN DE SORIA
Entre el Mirón y el Castillo,
Soria sobre su collado:
pedestal de tierra roja
y San Saturio en lo alto.
Suban hasta el cielo ahora
Santa Bárbara y San Marcos;
suban montañas de frío,
verde joven de los álamos,
antigüedad de la Aduana,
olmos de Antonio Machado;
suban por San Juan de Duero
los capiteles del claustro,
las tracerías de nubes
y los arcos enlazados;
suban por Santo Domingo
ángeles encristalados,
por San Polo las monásticas
plegarias de los templarios,
Por San Juan de Rabanera,
los festones del acanto;
suban los Condes de Gómara
por la torre del palacio,
y a la Casa de los Ríos
suban los Ríos heráldicos.
DOS RECUERDOS POR MI PADRE EN SORIA Y PADRE SOLO
Tú pescador, tú cazador, por Soria.
No hay mal en estar solo, padre: es bueno.
Estar solo es partir. Dios está lleno
de los solos del mundo. A tu memoria
vueltas de soledad traigo. La noria
sola ha arrancado la palabra al seno
de la tierra, y a veces alzó cieno
por agua, y por metal arrancó escoria.
Pero en la soledad busqué mi puerta
día tras día. Y la tenía abierta
con la guarda de mi ángel, mi demonio.
Ya es tarde para amar la compañía.
Te veo solo, allá, en la Soria fría.
¿Será la soledad mi patrimonio…?
SUCESIÓN
Porque una noche un hombre llora y tiene
la amante vecindad de un solo muerto,
y pide el árbol suyo en el desierto,
y solicita ver de dónde viene,
porque no encuentra nada que le llene
su medio corazón al descubierto,
y goza el otro medio en el incierto
tiempo de amor que crea y entretiene,
porque estos son los montes de aquel día,
padre, y aquí tu muerte todavía
vence sobre la vida que me has dado,
sé que pregunto y es la tierra muda,
que soy el hombre yo sin más ayuda
que la de tu ceniza al otro lado.
REGRESO A COVALEDA
Quiere mi pecho hacerte, aunque no pueda,
tiempo de ayer, cadena de costumbre,
sueño conmigo ante la erguida lumbre
niña conmigo entre la nieve queda;
hacer que el perro aquél, junto a la rueda
de la carreta, preste mansedumbre
al corazón, y Urbión, desde su cumbre,
traiga el cielo de entonces, Covaleda.
Puebla quieta, nidal del pino verde,
la de la margarita repitiendo
sílabas de la tierra estremecida;
voz de mi voz que lejos se me pierde,
que arriba es río, como tú naciendo
hacia la muerte, oh Duero, hacia la vida.
“SORIA”
Con el libro de Gerardo Diego.
Soria en la lejanía,
y Soria aquí, Gerardo.
Una por mis recuerdos;
otra, por ti, en mis manos.
De tu Soria a la mía,
las de entonces, qué varios
los motivos, los ojos
para mirar, los años…
De tu Soria a la mía,
las de hoy, por qué claros
cuerpos de voz se acerca
lo perdido, lo amado.
Gracias por esta Soria,
por aquella, por tantos
golpes de sangre niña,
por ti recuperados;
gracias por tanta Soria
contigo de la mano.
ALMAZÁN
(Desde el tren)
La nube de oro
cayéndose va
sobre tus oscuras
torres, Almazán.
Ese sol perdido
¿quién lo encontrará?
Sobre tus tejados
no lo veré más,
ni tampoco aquella
paloma torcaz
que te atravesara
te atravesará.
Chopos paralelos,
trigos sin segar,
hilos de la tarde
tejiéndote están.
La tela de Soria
de fino abacá
qué delgado oficio
le impone al telar.
La nube de oro
a rojiza va
sobre tus oscuras
torres, Almazán.
En tus espadañas
¿cómo enhebrará
la rosa del día
su luz matinal?
Soria, tejedora
de un rojo sayal,
con otro sol nuevo
te ensangrentará.
CAZA MENOR
(Recuerdo de Soria)
Estremecidas en el aire,
las formas puras de los pinos
daban alarmas al paisaje.
Hundido el pulso. Yo era un río
como aquel río. Era la hora.
Nos encontrábamos los niños.
Dueña temprana de la sombra,
iba mi mano con el agua:
rosa espejada en otra rosa.
Y en los delirios de la rama
sin despertar, eran las aves
el corazón de la mañana.
El hombre lleva un rayo oculto;
una pasión sin nombre, el perro.
Yo era aquel río. Hundido el pulso.
¿Quién roba al bosque su sosiego?
Sólo sigilos lleva el hombre;
nace la sombra de su cuerpo.
Algo se rompe. Sí; se rompen
los ojos claros de los niños,
las hojas verdes de los bosques.
Era una luz. Tenía el brillo
de las estrellas que cayeron
muertas, al alba, junto al río.
* * *
Iba la sangre por la arena,
por la costumbre de las aguas,
por los cuidados de la hierba.
Todo sería aquella flauta,
aquellas alas de los ángeles
en soledad enajenadas.
Y ahora, el silencio. Quieto el aire.
Volar. Huir. Entre los pinos,
un hombre, un perro, un niño, nadie.
Caza menor. Yo sé de un río…
Mi corazón es aquél pájaro,
tempranamente malherido.
A ORILLAS DEL DUERO
En esta orilla donde, niño, sientes
tu más claro nacer, tu origen frío,
la nevada caricia de tus fuentes,
ancha vena de España, mi alto río,
tu clara voz en mi garganta quiero,
tu propio corazón, dentro del mío.
Rondas de pinos traen de tu venero
un santo y seña de oro castellano
a los álamos verdes de Salduero;
a las tierras de un día de verano
traes tu brazo de amor que va creciendo,
soñándose en el mar su abierta mano,
y vas nubes y estrellas repitiendo,
alegrando la sombra en la arboleda,
la tierra dulcemente dividiendo.
Cuando todo es silencio en Soria, queda
tu sangre rumorosa entre los hielos
que bajas desde Urbión a Covaleda.
Sobre ti van los hombres y los cielos;
contigo, peregrina, va Castilla;
contigo van los surcos y los vuelos.
Si pájaros anidan en tu orilla,
brazos hay que levantan su morada
con paredes jugosas de tu arcilla.
Duero de la montaña y la llanada,
Duero de la oración y del sosiego,
Duero de la alta voz precipitada,
en esta vecindad mi alma te entrego,
y a tus ojos de luz madrugadora
doy mi pobre mirar, mi paso ciego.
Yo sé que con la antorcha de una aurora,
mayor de edad y en puertas lusitanas
te han de besar las torres de Zamora.
Ya no llaman a guerra tus campanas:
tu espada, que otro tiempo dividía
a las gentes en moras y cristianas,
hoy es bajo este sol del mediodía
una lengua que lleva mansamente
por Castilla y León su melodía,
un cristal renovado y permanente
donde la tierra sin cesar se asoma,
donde se entrega sin dudar la fuente…
A Urbión le cubre un pecho de paloma;
deshecho en ti se vuelve mensajero,
al mar diciendo va, de loma en loma,
que en hombros del amor se acerca el Duero.
VIRGEN DE REVENGA
(Burgos)
Dama de altos verdes,
Virgen de Revenga,
la gracia del trigo
cómo campanea
prendida a tu manto
y haciendo la rueda.
Ese pan que luces
-cereal presea-
oros y esmeraldas
resume, recuerda…
Paloma del frío,
Virgen de Revenga
¿te mecen las andas
que los hombros llevan,
o esas ramas graves
que su comba acercan,
o las blancas nubes,
o el viento que llega
después de saltarse
la Laguna Negra?
Crisol fronterizo,
Virgen de Revenga,
camelia soriana,
dalia burgalesa,
fuentes del Arlanza
plegarias te acercan,
Urbión con sus labios
de nieve te reza;
mozos a caballo
con la ropa negra,
mozas con mantilla
de paño cubiertas,
vienen de Cidones,
vienen de Vinuesa,
vienen de Salduero
y de Covaleda…
De Burgos a Soria
salta una moneda,
cara o cruz que al aire
del fervor te juega,
garza de los pueblos
que el Duero recrea,
dama de la torre
donde la cigüeña
mucho antes de tiempo
trae la primavera.
ESPAÑA DULCINEA
En un lugar de España, cuyo nombre
no hace falta decir, porque la llama
cuando la enciende el corazón del hombre
en él se oculta y muda se proclama,
en un lugar que acaso
nació en el verso y fue con la sorpresa
tiempo para la voz de Garcilaso
o fe para el impulso de Teresa,
en un lugar donde la mies recrea
cada herida del sol prometedora,
¿te he visto o te he creado, mi señora,
mi siempre bien llevada Dulcinea…?
En un lugar… Quiero acordarme… quiero
soñar dónde encontré la maravilla…
¿Fue en la boca del Urbión, diciendo: “Duero”,
o en el Guadalquivir, diciendo: “Espero
que conozcas Sevilla…”?
En un lugar de ti, mi España toda,
me llamaste, me urgiste
para cantar; la noche de mi boda
en claridad eterna la volviste.
Amarte fue creer en un instante,
luchar por descubrirte cada día,
andar con Rocinante
la tierra palpitante
que repite tu antigua melodía…
Eras extensa, y grave, y silenciosa,
con todo el oro del cabello ardiendo
o con el labio de la rija rosa
en un verdor de pronto apareciendo;
con la cintura de aquel valle umbrío,
con la espalda del mar hecho ya arena,
o la piel de la piedra que el río
hunde la miel y exalta la azucena,
Te he visto en ti misma hablo y te encuentro;
mi voz por ti a tu labio se adelanta,
mi palabra de amor tiene su centro
oculto en tu garganta.
Mi corazón, mal caballero andante,
apenas puede con su hambriento empeño,
con su antigua costumbre alucinante
de darle vida al sueño.
¡Vamos, vamos de prisa, Rocinante!
Poblemos de pasión sus soledades;
sea siempre en sus ojos primavera,
aunque su realidad sea quimera
o aunque esté yo inventando sus verdades…
Tierra esquiva que apenas favoreces
el cuidado y la sed de cada día,
que, difícil, te escondes o te creces
a veces junto al mar un mediodía,
o entre pinos con la luna a veces.
“De muy buen parecer”, mi labradora,
cuántos surcos nos quedan por ganarte,
cuánta perdida hora
por no saber del todo enamorarte.
Pero mi corazón es buen testigo
de que eres quien espero y quien me espera
“ahilando perlas o ahechando trigo”,
mi amante verdadera…
A ciegas te conozco. Y te he mirado
un día. Sí; te he visto a la ventana,
con el pañuelo al aire y agitado.
Otro día, en la sombra te he seguido
y eras como una reina en la besana:
tu pelo, una elevada barbacana;
una piña apretada, un ascua viva,
tu cuerpo en el vestido…
Te amé por tu mirada honda y altiva,
por la luz que ponía en tu cabeza
la claridad de Dios definitiva
cuando andabas serena sobre el lodo;
te amé por tu valor y tu pobreza,
te amé por tu ternura y fortaleza,
pero te amé por mía sobre todo.
Por eso quiero que tu nombre sea
una estrella en mi frente, una llamada
para hacerte mejor con cada día,
callada Dulcinea,
callado tiempo, música callada
que aloja el alma y desde allí me guía…
Como tienes mi vida por delante,
tendrás luego mis huesos calcinados.
¡Vamos, vamos de prisa, Rocinante,
que está sola mi amante,
entre desentendidos y olvidados!
Si a veces caes, no eres así;
me engaña un mundo que envilece cuanto toca;
oculta enamorada, niña España,
no dejes que mi boca
pueda un día negarte.
Aunque haya quien te crea
perdida por amor en cualquier parte,
yo sabré recobrarte
de nuevo con amor, mi Dulcinea.
Yo te conoceré por la pisada
y tú me llamarás si me extravío;
veré tu cuello alzándose en Granada,
tus ojos en Toledo junto al río,
tu pie pisando espumas en Levante,
tu mano en la Galicia remadora…
¡Vamos, vamos de prisa, Rocinante!
Es la del alba ahora,
y es mucho lo que queda
para que yo conozca a mi señora…
¿O no está allí, ni aquí…? ¿No habrá quien pueda
llevarle este recado…?
Sanchos, no me mintáis. Ella me aguarda.
¿Le leísteis mi carta con cuidado…?
Al decirle mi nombre ¿se ha asomado
al balcón de su alcázar o a la barda
de su corral…? Señora, tú me esperas,
y sé que en tu tarea tejedora
aquella tela que en la noche hicieras
vuelves a deshacerla con la aurora.
Aunque es telar difícil el del sueño
y busques al hidalgo y no lo halles,
se cruzarán los hilos de mi empeño
para que en tu esperanza no desmayes.
Yo sé que tú me amas
tanto como me esperas,
que en mi pecho te escondes y me llamas
a todas las posibles primaveras…
En un lugar, en un lugar, un día…
¿Era en la alta montaña…?
¿Era en la dilatada Andalucía…?
Cuando habla el corazón nunca se engaña:
aquí estaba mi España Dulcinea,
aunque haya quien no crea
que, como Dulcinea, existe España.
¡Vamos. mi Rocinante, aprisa, aprisa;
mi humilde. fiel y acostumbrado amigo,
triunfa de la pereza y de la risa
y acércate a la orilla deseada,
cabalgando conmigo!
Ella espera. ¿Verdad, mi enamorada…?
¿Dónde estoy…? ¿Dónde estás…? Te encontraremos.
Mudos para gritar nos quedaremos
a fuerza de llamarte,
y si es preciso nos azotaremos
para desencantarte.
CASTILLA: AMOR Y GEOGRAFÍA
Desde las cumbres del monte Auseva cuyos vientos arrullaron mi cuna, hasta los picos de Urbión, tan sólo un paso, o mejor, una continuación.
Peregrino por los espacios de España, me asenté a las orillas del Duero:
“sobre ti van los hombres y los cielos;
contigo, peregrina, va Castilla”.
Para mí la geografía por donde he pasado es símbolo de amor, amor y simbiosis.
Las musas me resultaron propicias cuando mi numen destilaba amor a raudales: Soria, Toledo, Covaleda, Segovia. Tanto pisar y sentir estas tierras de Castilla me inspiraron hacia ellas una profunda veneración.
No podía ser de otro modo: junto a las zonas pinariegas de Cavaleda mi padre murió, y, lógicamente, aquellas tierras dejaron en mí jirones de lo más entrañable.
Mi vida, pues, no es otra cosa sino geografía, geografía que es amor por mi tierra: España y Castilla.
“DEL CAMPO Y SOLEDAD”
SEGUNDO RECUERDO DE SORIA
Si o en mis ojos, en mi sangre queda,
Soria, tu corazón entero y frío,
dando silencio y soledad al mío,
que se aleja de ti y en ti se queda.
¡Qué hielos desde Urbión a Covaleda
y qué honda el agua en el pinar umbrío!
La carreta de leña junto al río,
el grave leñador junto a la rueda.
Allí empezaba todo, allí las alas
entraban libres, locas, en las salas
de la tierra, salvando su relieve.
Era un niño jugando entre los leños
del bajo hogar. Las llamas y los sueños
morirán en flor junto a la nieve.
“PROGRAMA DE FIESTAS DE SAN LORENZO DE COVALEDA 1976”
SONETO A COVALEDA
Cuna del frío, niña Covaleda,
vecindad del recuerdo enamorado
que vienes de tan lejos al cuidado
de la palabra que en voz se enreda.
Novia de aquella nieve que se queda
dentro de un corazón ensimismado,
dime dónde está el ángel que ha dejado
en tu quietud las alqs y la seda.
Por tus pinares, sola, pasa ahora
el alma, y a tu luz madrugadora
se acoge, y a tocar el sol se atreve.
Dorada, blanca, verde sobre el río,
traes músicas de Urbión al pecho mío,
niña del frío, novia de la nieve.