VIDA Y GANADERÍA EN LA COVALEDA DEL SIGLO XX (y II) – I

Vamos con la segunda de las colaboraciones que teníamos pendientes de publicar, en esta ocasión se trata de la interesantísima charla con la que nos deleitó Pedro Poza Tejedor sobre la VIDA Y GANADERÍA EN LA COVALEDA DEL SIGLO XX en la pasada semana cultural de Covaleda del año 2015.

Debido a la extensión de la misma y para facilitar su lectura y comprensión, la he dividido en varios capítulos los cuales se irán publicando consecutivamente.

Muchas Gracias por tan interesante aportación.

Covaleda, Soria, 9/8/1913vista desde el campanario de la iglesia

VIDA Y GANADERÍA EN LA COVALEDA DEL SIGLO XX  (y II) – I

Pedro Poza Tejedor
Semana Cultural, Covaleda, 16/Abril/2015

Muchas gracias a todos por vuestra asistencia, tanto a los que habéis repetido y me aguantasteis pacientemente en la semana cultural de 2014 como a los que habéis venido hoy por primera vez.

Al final de la conferencia del año pasado titulada “La ganadería en la historia de Covaleda” hubo quien me comentó echar en falta haber profundizado más en el siglo XX, a lo que contesté que así lo había previsto de manera intencionada con la idea de preparar para este año una segunda parte dedicada más de lleno a este reciente periodo de nuestra historia, lo que he titulado “Vida y Ganadería en la Covaleda del siglo XX”.

De nuevo me resulta grato el daros a conocer algunas noticias, datos, fotografías e informaciones más o menos novedosas que sobre Covaleda voy encontrado en mis investigaciones.

A modo de pequeño recordatorio decir que una de las primeras menciones expresas que tenemos de la actividad ganadera de nuestra comarca data del siglo X, tiempo en el que los habitantes de estas tierras elaboraban quesos a partir de sus rebaños de rumiantes.

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La ganadería de Covaleda en sus mejores épocas llegó a contar con una importante cabaña, así por ejemplo a mediados del siglo XVIII  el censo caprino declarado ascendía a 3.971 cabezas y el vacuno llegaba a las 1.374 reses en total.

El siglo XIX por el contrario supuso un periodo convulso de profunda crisis social y económica, lo que trajo consigo la decadencia en el transporte de la carretería de larga distancia. La ganadería no fue ajena a aquella crisis, muestra de lo cual fue el descenso generalizado que experimentó la cabaña ganadera de Covaleda, sobre todo en su componente vacuno y cabrío.

Aquel duro presente y un futuro poco halagüeño empujaron a muchos jóvenes de la época a emprender la aventura americana en busca de fortuna hacia países como la República Argentina.

Pero situándonos ya en el contexto que nos ocupa decir que el escenario de la Covaleda de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, con una población que no llegaba al millar de almas a principios del pasado siglo, era el de un pueblo volcado y abocado para su sustento en los aprovechamientos del monte y en la actividad ganadera, hasta tal punto que era conocido como el pueblo de los aros, las gamellas y sus ganados bovinos.   Pero no solo había gamartesaselleros sino que también algunas mujeres se dedicaban a la labra de aquellos recipientes de madera. Ahí tenemos el ejemplo de Josefa Martínez, quien en el día 5 de octubre de 1868 haciendo gamellas en pleno monte le sobrevino el parto en un paraje llamado Amblau, cerca de lo que hoy es el pantano de la Cuerda del Pozo. Colocando a la criatura recién nacida en una gamella, se la puso en la cabeza y vino andando más de quince kilómetros hasta llegar a Covaleda. Aquella niña fue bautizada al día siguiente en la parroquia de San Quirico y Santa Julita con el nombre de Plácida.

En la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX se había producido también una gran proliferación de sierras de agua empleadas para el aserrado de las maderas procedentes de los 4.000 pinos de concesión ordinaria, cantidad que de forma normal se extraía a entresaca todos los años del monte de Covaleda. Además de los pinos maderables también se concedía el aprovechamiento de hayas, pinos mal conformados, leñas de roble, pino y brezo destinadas a obtener carbón para alimentar fraguas, cocinas y braseros.

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Junto a la actividad forestal y maderera también tenía suma importancia la ganadería. Así lo ponía de manifiesto Manuel Martínez, alcalde de Covaleda en 1900, en una carta en la que solicitaba el socorro de las instituciones ante un terrible temporal que afectó al pueblo a comienzos de siglo. Señalaba el alcalde como principal ramo de riqueza de la localidad al pecuario. En aquel temporal el pueblo quedó incomunicado por partida doble, primero por efecto de la nieve y luego por el rápido deshielo lo que provocó la destrucción de muchos puentes, quedando así los ganados abocados a perecer por frio e inanición.

No era por tanto nada fácil la vida en la Covaleda de finales del siglo XIX y comienzos del XX, momento en el que incluso el pueblo experimentó un descenso de población causado por la emigración y una alta mortandad debida a enfermedades infecciosas tales como la viruela, el sarampión, la tos ferina o la tuberculosis, pero también a consecuencia de las malas condiciones higiénico-sanitarias y la miseria.

Para hacernos una pequeña idea de cómo transcurría entonces la vida en Covaleda, vamos a hacer un pequeño recorrido por los acontecimientos que marcaban el día a día a lo largo de un año cualquiera a principios del siglo XX. El devenir cotidiano venía determinado por el calendario de los aprovechamientos forestales del monte y la gestión de los pastos para los ganados:

El día 2 de enero era la fecha elegida desde tiempo inmemorial para celebrar la llamada Carta Cuenta, una costumbre por la que el Ayuntamiento rendía las cuentas del Concejo ante el vecindario reunido. Una vez finalizado el acto contable la Corporación convidaba con vino a los asistentes al mismo.

Normalmente era en el mes de enero cuando se efectuaba el sorteo de los 4000 pinos de concesión ordinaria entre los vecinos con derechos. De ahí viene el nombre de lo que se conoce como suerte de pinos y consistía entonces en el reparto de lotes de unos quince o veinte pinos numerados para cada vecino.

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Si avanzamos hasta el mes de marzo o comienzos de abril, era el tiempo señalado para vedar a toda clase de ganados los pastos de las Praderas Concejiles, que eran El Campo, Riagüela, San Pelayo, Los Castillos, Prado Castejón junto con El Lomo.

Con carácter previo y mediante trabajo personal del vecindario se procedía al cierre de las paredes de dichas praderas. Era lo que se llamaba desmán general, al que estaban obligados los vecinos previo anuncio del Ayuntamiento. A lo largo del año se sucedían en repetidas ocasiones las convocatorias a desmán general, destinados entre otros fines a componer y arreglar puentes, caminos, latadas y calles, sobre todo después de nieves, temporales y riadas. De entre las praderas concejiles Los Castillos era el lugar empleado en caso de epidemia para acantonar los ganados enfermos o sospechosos evitando así el contagio de los que estaban sanos.

Un poco más tarde que las praderas concejiles se anunciaba también la veda de La Dehesa, pero en este caso sólo para los ganados menudos, es decir el cabrío y lanar. Más adelante, en mayo o junio se hacía extensiva la prohibición de entrada a La Dehesa también a los ganados mayores, para de nuevo quedar abierta a los animales de labor a partir de comienzos de agosto. La pradera de El Lomo tiene la particularidad de haber sido al menos desde hace seis siglos espacio reservado para las yuntas y ganados carreteros o de trabajo, de manera que se desvedaba todos los años para tal fin en mayo o junio por la portera de San Cristobal.

Pese a que la vigilancia oficial de los espacios vedados corría a cargo del alguacil y los guardas municipales, el Ayuntamiento contrataba temporalmente un guarda local llamado acorralador, que era una persona encargada de recoger los ganados sorprendidos en los vedados y encerrarlos bajo llave en el corral del concejo, situado entonces en lo que hoy conocemos como Barrio Corral, de donde toma el nombre. Los guardas acorraladores prestaban juramento y se les entregaba el título correspondiente recibiendo aparte de su asignación un porcentaje de las multas impuestas a los dueños de los animales encerrados.

El guarda local acorralador nombrado en 1901 fue Julián Pascual de Miguel, quien tenía asignado un haber diario de 1 peseta con 50 céntimos. Más adelante y hasta 1915 fueron acorraladores Carlos Llorente, Pedro Mediavilla, Braulio de Miguel Antolín y Bibiano de Miguel.

El mes de julio era tiempo de recolección de la hierba, actividad de capital importancia de la que dependía el disponer de alimento suficiente para los ganados durante los crudos inviernos. Al igual que el llamado Pósito, una especie de banco o almacén municipal de grano para la ayuda de los vecinos en época de necesidad, el Ayuntamiento de Covaleda guardaba hierba traída por los propios vecinos desde la pradera concejil de Prado Castejón a un depósito municipal para repartir entre los ganaderos en tiempo de invierno.

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Agosto venía marcado por las fiestas patronales de San Lorenzo, que a principios de siglo XX se celebraban con funciones religiosas, incluida la procesión con el santo patrón por las calles de la localidad y volteo de campanas. Había cierta costumbre durante la procesión de lanzar cohetes e incluso disparar trabucazos al aire, lo cual quedó prohibido en 1915.  Durante las fiestas no faltaban la música de dulzaina y tamboril, los bailes, los partidos de pelota a mano en el trinquete y los fuegos artificiales a cargo de un pirotécnico de Soria.

Sobre el día 8 de septiembre de nuevo se abrían por unos días las praderas concejiles a la hora de costumbre, las 7 de la mañana. Ganaderos y carreteros se preparaban entonces para  asistir a Soria a la feria de septiembre con sus ganados, maderas y lanas.

Al comienzo del otoño se nombraba una comisión de ganaderos de todas las clases para en unión del Ayuntamiento determinar los asuntos relativos al aprovechamiento de pastos, su distribución, épocas, reparto y forma, para lo cual se redactaba un reglamento con las bases que regirían el próximo año forestal, periodo que va desde octubre a octubre del año siguiente.

El día de Todos los Santos a las 7 de la mañana quedaban abiertas definitivamente a los ganados las praderas concejiles y cesaba el Guarda acorralador por no tener funciones.

Estando próxima la estación de las nieves, el vecindario procuraba acumular la mayor cantidad posible de leña para combatir el frío y teas para alumbrar las oscuras cocinas cónicas pinariegas durante las largas noches de invierno.

Pues bien, este ciclo anual heredado desde antiguo se repitió en esencia y sin apenas variaciones al cabo de muchos años. Sin embargo y en el transcurso del siglo XX la forma de vida de los habitantes de Covaleda se vio influenciada poco a poco por los nuevos tiempos, de manera que el cambio experimentado a lo largo de esta última centuria ha sido radical.

           Al igual que desde antiguo, a principios del siglo XX los lobos eran animales muy temidos por pastores y ganaderos. Los habitantes de Covaleda organizaban batidas y campañas de envenenamiento que se hacían extensivas a otros animales considerados dañinos para los ganados y la caza. Dichas operaciones estaban incluso promovidas y premiadas por las autoridades. Así por ejemplo en enero de 1904 el Ayuntamiento de Covaleda abonaba a los matadores de animales dañinos 3 pesetas por cada zorro o zorra, 50 céntimos por cada ave de rapiña y 15 pesetas por cada lobo macho. Sin embargo el premio gordo se lo llevaba quien matara una loba, lo que era recompensado con 20 pesetas. A finales de noviembre de 1901 y por tiempo de quince días se autorizó por el gobernador civil el uso de estricnina entre otros lugares en El Muchachón, Las Tres Fuentes, Las Hoyas y Cubillos. Como cebo para el veneno se empleaba carne, y así por ejemplo en abril de 1903 se abonó al vecino Mariano Pascual con cargo a los presupuestos del Ayuntamiento la cantidad de 15 pesetas por los restos de una res vacuna que le mataron los lobos y que fue empleada para envenenarla con objeto de acabar con los temidos depredadores.

En marzo de 1904 y como resultado de envenenamiento se trajeron ante el Ayuntamiento dos enormes lobos y una loba en medio de una gran nevada, lo que fue muy celebrado en la población.

En otra ocasión los hermanos Manuel y Francisco Hernando encontraron un cubil de lobos con una camada de cinco lobeznos a los que llevaron al pueblo como trofeo envueltos en un tapabocas.

En mayo de 1953 el Ayuntamiento de Covaleda premió al vecino Víctor Lázaro Ruiz  con la cantidad de 4 pesetas por la muerte de un águila y con otras 20 por dos zorros.

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Si nos preguntamos cuál ha sido la relación tradicional entre los habitantes de Covaleda y sus ganados, tenemos que decir que ha llegado a ser tan estrecha que hasta más o menos los años 60 del pasado siglo XX la cuadra era una dependencia más en muchas casas de la localidad, compartiendo la familia el mismo techo con bueyes, vacas, cabras, caballerías, gallinas y los cerdos.  Incluso desde el año 1911 las tres fuentes públicas eran compartidas para consumo humano y como abrevadero de los animales. En cierta ocasión, en julio de 1914, al vecino Timoteo Herrero se le impuso una multa de cinco pesetas por canalizar una fuente hasta su casa impidiendo de ese modo abrevar a los ganados.

Si hacemos un repaso de las diferentes especies domésticas tradicionalmente presentes en Covaleda quizás tengamos que empezar, dada su importancia histórica, por el ganado vacuno, el cual desde la Edad Media fue el elemento motriz indispensable de la Carretería, industria que durante siglos sustentó y dio cierta prosperidad a la comarca soriano burgalesa de Pinares.

Al igual que desde antiguo y durante buena parte del siglo XX las yuntas, especialmente de bueyes y en menor medida de vacas y toros han resultado fundamentales para los trabajos forestales y de la madera, como eran el arrastre y el acarreo de los pinos en carretas desde el monte hasta los aserraderos. Todas estas operaciones se desarrollaban por los carreteros a veces en condiciones muy adversas, tanto meteorológicas como por el mal estado y lo abrupto del terreno. Se tenían que conjugar entonces la pericia del carretero y la fuerza y resistencia de los animales. En ocasiones, cuando las carretas iban muy cargadas y tenían que afrontar tramos de gran pendiente los carreteros ponían en práctica una maniobra llamaba encuartar, consistente en colocar una pareja de bueyes uncidos delante de los que tiraban de la carreta y enganchados al eje de la misma. De esa manera eran cuatro animales en vez de dos los que traccionaban de la carga, salvando así la dificultad por medio del ingenio del hombre y la fuerza animal. Lugares en los que se hacía necesario encuartar lo eran La Cueva de la Pirola o la cuesta de Valerosa, tramos en los que las carretas cargadas pasaban al menos de dos en dos para ayudarse entre sí.

El oficio de carretero era ocupación de hombres, sin embargo sabemos de una mujer, Modesta Herrero, que en su juventud acarreaba madera con una yunta del tío Cabrera.

Además del arrastre y acarreo de pinos el ganado vacuno carretero se ha empleado dentro del término para el transporte en carro de todo tipo de cargas y materiales como maderas, leñas, cepas de brezo, piedra, carbón, troncas de pino, teas, hierba, estiércol, tejas, arena, muebles, personas e incluso los toros lidiados en las fiestas de San Lorenzo.

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Fuera del pueblo era la flota de yuntas carreteras la encargada de trasportar todo tipo de maderas a los mercados: aros, gamellas, machones, viguetas, tablas etc. El viaje con carreta cargada a Soria, distante de Covaleda antes de la construcción del pantano de La Muedra unos 41 kilómetros, se completaba en dos jornadas haciendo noche en la venta de Cidones.

Los viajes carreteros de retorno se aprovechaban para llevar al pueblo otras mercancías como cereal o harina y grano para los animales.

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