ESTAMPA – 12/02/1929 – TIPOS SORIANOS

Aunque las tres personas a las que se refiere el artículo son de Salduero, sus vidas no serían muy distintas a las de las gentes de Covaleda, y ese es el motivo por el que os mostramos hoy este artículo.

Estampa (Madrid

Estampa (Madrid. 1928). 12/2/1929, página 30.

TIPOS SORIANOS

 En Soria, en tierra de Pinares, en pueblos tan pintorescos como Salduero, Covaleda o Vinuesa, donde un día fue a parar el andariego Pío Baroja, se encuentran tipos verdaderamente pintorescos, representativos de una rasa de raigambre bien castellana.

El tío Cecilio, tipo popular y simpático, es uno de ellos. Toda una época. Los viejecitos de mañana no serán ya como este tío Cecilio. Vedle ahí tocada la cabeza con su gorro de piel, ved sus viejos zahones, miradle apoyado en su garrota, con el cigarrillo pegado a los labios. Con sus ochenta y tantos años valientemente llevados, el tío Cecilio no deja un día de levantarse al romper el alba, y tan familiarizado está con el monte, que lo ha de ver en todas partes.

El tío Cecilio goza de una salud a toda prueba. Jamás estuvo enfermo. Y cuando la única enfermedad, que fue un enfriamiento a los riñones, le obligó a guardar unos días cama, no quiso saber nada de médicos ni de “melecinas».

— Buen trago “e” vino y buenas migas

—solía decir el tío Cecilio.

Y viéndole en pleno monte, a la sombra de un pino, junto a un arroyuelo murmurador, liando un pitillo con sus torpes y arrugadas manos, era curioso oírle contar cosas de su vida,

—Cuando yo fui soldado… Cuando los carlistas…

Y al preguntarle alguna vez si no piensa dejar de ir al monte, el tío Cecilio contesta:

—El día que yo no me levante al romper la aurora y que no me dé mi vuelta por el monte hasta que el sol se haya “escondido”… malo… malo. Pero, ¡qué diantre!, todavía espero que tarde unos “añicos”…

Cuando esto suceda, que Dios quiera tarde mucho, al notar la ausencia de este viejecito que es el tío Cecilio, creeremos que falta en Salduero un personaje famoso, casi histórico.

El tío Nicanor es otro tipo pintoresco. Alta le va en años al tío Cecilio. También podría contamos muchas cosas, pero apenas habla. Sólo le interesan sus ovejas y la caza. Cuando está de siesta el ganado, o bien lo ha cerrado en la majada, malo será que el tío Nicanor, al darse una vueltecilla por Los Matorrales, tras el astuto perro cazador, no mate algún conejo o alguna perdiz, que luego vende en el pueblo y con cuyo producto compra tabaco, pues es un fumador empedernido.

—Es mi único vicio

—nos contesta cuando le ofrecemos un cigarrillo—. En otro tiempo…

—En otro tiempo, ¿qué, tío Nicanor?—le preguntamos animándole a seguir la frase.

— En otro tiempo también hacía mis escapaditas al pueblo, y cogía mi guitarra “pa” ir de ronda, y nos divertíamos los mozos de ahora, que paece que no tienen sangre ¡Menudas tremolinas je armaban!… Todavía está en el recuerdo de todos algún crimen cometido por cuestiones de faldas.

El tío Blas es tal vez el más filósofo de todos. Casi siempre está inspirado. Sabe más refranes que los que sabía el gran Sancho Panza. No hay más que verle, con su cara rebosando satisfacción, ante la típica jarra conteniendo el sabroso vino.

¿Qué diremos de el Hachero? Que es un buen cumplidor de su oficio. Todas las mañanas afila bien su hacha, y los pinos deben temblar al verle acercarse.

La historia del tío Braulio es bastante interesante. De los varios hijos que mandó a América, a uno de ellos, sobre todo, le favoreció la suerte de tal manera, que hoy es millonario, y queriendo corresponder al cariño de su padre, hubo de mandarte llamar a su lado para que viviera a cuerpo de rey; pero el tío Braulio, a los pocos días de gozar de vida tan regalada, le dijo:

—Mira, chico, quédate aquí en paz de Dios, que yo me vuelvo al pueblo, porque esto pa mí no es vida. Yo soy más feliz y vivo más a gusto allí con unas perras pa vino y tabaco que aquí a tu lao con tanta grandeza y tantos millones.

Y al poco tiempo estaba el tío Braulio de regreso en su pueblo, con gran asombro, al par que contento de sus paisanos, felices todos al encontrarse otra vez juntos.

Y cuando le recuerdan su viaje a América, contesta rápidamente:

—No me habléis de aquéllo, que paece que vuelvo a oír el ruido de aquellas máquinas infernales y empiezo a marearme. ¡Con lo feliz que se vive aquí! iBendttas esta paz y esta tranquilidad!

Y contemplando durante algún domingo a estos modestos y honrados vecinos de Salduero jugar una brisca  en la taberna ante unos vasillos de buen vino, hemos hecho la comparación con aquellos señorones de un gran casino madrileño y nos hemos preguntado:

¿Quiénes son más felices?

ROQUE  SANZ

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