La Voz (Madrid). 3/9/1926, página 3.
ESTAMPAS DE SORIA PURA
DEL VALLE HASTA EL URBIÓN
La excursión por el valle es para las gentes de Soria una fiesta del alma. El valle de Valdeavellano de Tera, el valle, como se dice entre los sorianos, es el más dulce rincón de la provincia, al norte de la capital.
Todos cuantos sepan en Soria mirar con amor a su tierra habrán realizado una excursión al valle en verano para gozar de sus motivos encantadores.
El valle de Valdeavellano de Téra no dista más de quince kilómetros de la capital, pasando por Numancia hacia Tera, hermosa aldea, antesala del paraíso numantino.
Antes de llegar a la villa de Almarza parte hacia la izquierda de la carretera de Logroño otra carretera estrecha, como si fuera de juguete, que hace la ronda del valle hacia el Urbion.
En el ángulo que forman ambas carreteras, a la derecha del camino, tierras de páramo alto y frío, quedan los restos de la ciudad romana llamada Tenebris, de la que partía una calzada, hacia Numancia.
Al paso del río Tera, que algunos señalan como el río de los arévacos, por tener de afluente el Arévalo, se encuentra un pueblo pintoresco entre el camino, el puente y el río, rodeado de bellas arboledas, jugosos prados y fresco ambiente. Es la, aldea de Tera, acogedora, sonriente y atractiva, con el nido dé la cigüeña sobre la esbelta torre de la iglesia, augurio venturoso para los viajeros; las calles limpias y bien trazadas, y sus casas cuidadas con esmero por manos de mujer.
En este pueblo, de gesto cariñoso, tiene su casa señorial el Marquesado del Vadillo. Una casa solariega bien entonada, con hermoso patio almenado y un carácter sobrio de ambiente castellano. Esta casa-alqueria conserva todavía sus dependencias complementarias del esquileo y los lavaderos de lanas de aquellas 58.000 cabezas de ganado lanar que en otros tiempos formaban el rebaño del señorío.
El palacio tiene en sus alrededores una hermosa huerta y un parque frondoso con bonitos paseos en las márgenes del río.
Sigue la carretera por Rebollar y Rollamienta, pequeñas aldeas de vecinos amables y casas humildes, algunas con tejados pintorescos de lanchas de piedra del país.
Antes de llegar a Rollamienta el viajero debe hacer un alto en el camino para contemplar la Vista del valle.
A manera de circo romano, como .si fuera un teatro de bosque, se aparece al espectador el valle de Valdeavellano. Sus. Balconcillos y miradores son las aldeas con sus casitas blancas, que se van dibujando alrededor de su contorno.
Su paisaje es un paisaje simple y juguetón; el paisaje de frescos prados, robledos y retamas. Es un paisaje «au bon marché», que deslumbra y encanta. Todo es transparente en el valle, en su aire limpio, sin polvo, menos las intenciones de sus habitantes, siempre desconocidas.
Para las gentes de los campos de Soria, que es fruta en agraz; cansados de mirar en torno a la gravedad de sus sierras, el valle se nos figura como una fiesta amena, que hace olvidar las tristezas del alma.
Algo superior a sus encantos plásticos tiene para el autor de estas páginas el valle de las Ecuelas. És el espíritu de los pueblos superior al paisaje.
Las aldeas del valle han sabido armonizar el templo de Castilla con idéales de cultura. El alma de Castilla, en consonancia con su campiña austera, tiene en sus tuétanos mismos, en lo hondo de su corazón, la paz del sosiego y de la armonía de los siglos, que es preciso romper en bien de una superación. En la soledad de Castilla y la fineza de su sentir hay que inyectar ideales de progreso que cambien su estructura. Hace falta en Castilla exaltar su espíritu hondo y comprensivo hacia un nuevo amanecer, Castilla está enferma de castellanía.
Y he ahí a esa media docena de aldeas del valle con palacios escuelas, con niños cuidados con esmero, con construcciones que en nada deben envidiar a la ciudad.
Al visitar en Suiza el valle de Dobresson, del cantón de Neuchatel, no pude menos de exclamar venturoso: «Igual que estas aldeas son las de Valdeavellano de Tera.» El mejor local es la escuela; corre el agua cristalina por las calles; ramales de carreteras unen a unos pueblos con otros, y en sus prados pastan parejas de vacas, para explotar la exquisita manteca y la leche fina de la sierra.
Faltan en los alrededores del valle de Valdeavellano las fábricas de relojes y los toboganes para ascender a las montañas; pero sus habitantes tienen por cima de la materialidad de las cosas su espíritu aventurero, de valores imponderables, superior a las razas del Norte.
Hay que mirar al valle de Valdeavellano desde el alto miradero de Villar del Ala, del pueblo sin ningun analfabeto, sentados sobre un balcón de la casa de D. Praxedes Zancada, desde cuyo sitial aparecen las barranqueras de Palancares y Arazana, pobladas de robledos y encinas, hasta las cumbres cubiertas de sábanas de nieve.
En los fondos de los vallejos pastan las piaras de ganados, y el río Razón, el de la piedra del Cárabo, con la huella del caballo de Santiago, corre persuasivo, como río ejemplar, hasta agotar sus aguas en regadíos.
Da Valdeavellano de Tera, el pueblo de lujosos hoteles y habitantes corteses, la población que todavía conserva privilegios de Reyes, por su, importancia ganadera de otros tiempos, parte una carretera hasta Sotillo del Rincón. Este camino es un bello paseo, con sus hileras de árboles que forman armoniosa perspectiva; su puente «internacional», llamado el Bidasoa, en la linde de ambos términos, dedonde parten la distancia en los atardeceros los veraneantes.
Hacia la sierra Cebollera está Molinos, una aldea con buena fábrica de paños y un palacio escuela. La sierra de Carcaña sirve de natural Barrera en el Sur. A espaldas de esta sierra, se encuentra la Cueva del Moro, de la que se refiere una leyenda pintoresca.
Entre los habitantes de la región se cuenta que hay un tesoro escondido en la cueva. Y no es a pocos a quienes ha excitado la ambición. El tesoro lo figuran como un juego de bolos de oro macizo. Y en más de una ocasión excavaron días enteros, aspirantes a ricos, en busca de esta joya codiciada.
Desde Sotillo del Rincón, donde se conserva la tradición de los danzantes, aldea con tres barrios. que son las Cabillas, Sotillo y la Lobera, este último con un olmo milenario, venerado por las gentes, bajo cuyas ramas celebraban sus juntas en la autiguedad, puede seguir el viajero hacia El Royo, pequeña gran ciudad, con su arrabal de Derroñadas, uno de los pueblos más urbanizados de la provincia, residencia veraniega de ricos americanos.
El camino de Sotillo por El Royo y la Muedra a Vinuesa es feliz y atractivo.
Se llega a Vinuesa por el rumbo de El Royo, entre las sierras de Urbión y Vallilengua.
La villa se levanta sobre una loma en un valle hermoso. En su vega se juntan, el Duero y Revinuesa. Vinuesa, la antigua Visontium, contemporánea de Numancia, es inolvidable para el viajero. La capital de pinares es una villa de hidalguía y dignidad. Tiene sus calles limpias, con profusas fuentes, semejantes a las calles de Berna. Sus casas señoriales, que conservan escudos y tradiciones. Los ondulados aleros de los tejados, los balconcillos de madera de vistas construcciones, los bellos artesonados de algunas casas, y luego sus amplios zaguanes y sus cocinas espaciosas de redonda chimeneas.
Al pisar las viejas piedras de las calles de la villa se deja uno sugestionar por los hechizos del pasado.
La vista más bella de los alrededores de Vinuesa se debe admirar en el valle alargado que se forma desde Santa Inés hasta el pueblo.
Corre por medio el Revinuesa, atajado, de tanto en tanto, por presas de piedra para pescar las truchas. A los lados se extienden las laderas tupidas de pinos albares. La subida hasta Santa Inés por Quintanar, caserío de pobrísimo aspecto, presenta cuadros originales de superior belleza.
Vinuesa tiene hoy una población de 900 habitantes. Su vida es próspera y rica. Hay que ver a sus bellas muchachas adornadas con el típico traje de piñorras en la fiesta que llaman de la Pinchada, que la celebran en verano.
Hay también en la villa modernos chalets construidos por ricos indianos que hicieron su fortuna a fuerza de talento allende los mares.
Toda la sierra de Soria da un gran contingente de emigración a las Américas, y es mayor el número de emigrantes en la región de los pinares. Los hombres del alto Duero no se resignan al agrio semblante de su tierra, y vuelan, como el río que ven nacer en altas cumbres, hacia, otras regiones de España, o a las Indias, que ofrocen promesas halagadoras.
De Vinuesa a Molinos y Salduero sigue la carretera al Duero niño, aguas arriba. Hay dos kilómetros de camino entre el Robledo y Vallilengua, que es uno de los más bellos parajes de pinares.
Molinos de Duero es un pueblo de robusto carácter serrano, también con casas señriales de antiguos ganaderos de la Mesta.
Salduero es una villa riente y acogedora, con aires de ciudad.
Y hay que vivir unos días en Salduero para comprender sus íntimos encantos, sus esplendidos paisajes, las risas del Duero que bañan sus alrededores y la majestad de tos pinos.
En los días de estío, cuando todo está agostado y sediento, corre el agua de fuentes cristalinas y reverdecen las praderas. Desde el Postal de la Losa se divisan las cumbres de las sierras de pinares y el panorama más hermoso que pueden contemplar los ojos.
Y no hay sólo paisaje en el ambiente de pinares, como ocurre en otras regiones de España; el paisaje de pinares es todo espíritu contemplativo, intelectualismo y superioridad.
Bellas son las risas del Duero rumoroso, entre sus sierras rústicas y pasarelas; agradable el trato de urbanidad do este pueblo infantil; pero están por cima de estos encantos la belleza de sus mujeres, de las más hermosas de la provincia, y las finas bondades de sus habitantes.
Hay que hacer la excursión de Salduero a Covaleda y de Covaleda a las lagunas del Urbión, para sentir la emoción agreste de la selva.
Va la carretera Duero arriba entre túneles de pinos, y a cada paso, en cada vuelta del camino, hay un nuevo peligro de caer al abismo. Al pasar la curva de la muerte el viajero se pone a bien con Dios. A la umbría se contempla la selva virgen, donde se organizan las monterías para cazar venados y jabalíes. ,
Al llegar a Covaleda se ensancha el horizonte y el pueblo aparece emplazado en un alto redondo. Hay que mirar a Covaleda desde las faldas de San Cristóbal, para admirar su bella población con calles alineadas y casas recién construidas de piedra y ladrillo. Un doloroso siniestro destruyó aquellas casaa; increíbles, obscuras como el fondo del pinar, y sobre sus cenizas se ha levantadlo un pueblo con todas las sabidurías de estos tiempos.
¿Por qué no quemar todos esos pueblos tristes, única manera de dulcificar el rigor de la vida, con pueblos alegres y sonrientes?
Se cuenta de los habitantes de Covaleda que deben su origen a una colonia bretona. Mas es lo cierto que su carácter no discrepa de otros pueblos de la serranía. Entre los habitantes de Pinares, comarca original, perfectamente definida, se encuentra una raza arquetipo de temple indomable.
Lo más característico de esta raza es su ibera superviviencia. Son montañeses íntegros, que avanzan por las sendas saltando como pelotas de goma. Son tipos enjutos y alargado, magnos y fluidos, de ojos castaños y cabellos poblados. Tienen barba cerrada, como antiguos celtíberos de rostro agraciado.
No es difícil desde Covaleda visitar los picos del Urbión, que son los palacios del viento, la nieve y las tormentas. El viaje a las lagunas sombrías, cubiertas casi siempre por torbas nubes, se puede hacer desde Covaleda por un camino de herradura, que se pierde con frecuencia en las agrestes laderas de la montaña.
Cuatro son las lagunas que brotan en la sierra. Hay una, al noroeste, que se llama del Pico, la que lame el peñón gigantesco en el término de la Viniegra.
En la parte meridional de la montaña se descubre el nacimiento del Duero. Aquellos parajes, a 2.000 metros de altura, están matizados de fiereza y turbulencia.
Tres son las fuentes regulares del Duero, al que vierten sus aguas más tarde otros manantiales en su curso hasta Duruelo.
Sobre esta sierra están las lagunas Negra y la Larga, de las que ha inventado la fantasía leyendas imaginarias. Sus aguas se extienden hacia el pica de Zarroquín para formar mágicas cascadas.
Y hay que pasar unos días en las sierras del Urbión, en pleno mes de agosto, durmiendo al abrigo de las peñas y del ramaje, bajo el temor de ser acometidos de fieras y reptiles, para sentir enteramente la vida libre de la Naturaleza, que encierra tantos misterios sugeridores.
G. MANRIQUE DE LARA
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